Thursday 16 February 2012



La biografía de Oscar Wilde escrita por Richard Ellmann es un clásico e indispensable para todo aquel que quiera conocer la personalidad y las peripecias en la vida de este famoso artista, que tomaron un giro tan desafortunado a partir de su precipitada presentación de un litigio por difamación contra el Marqués de Queensberry, el padre de su joven amante Lord Alfred Douglas.

Richard Ellmann desarrolla su labor de biógrafo con toda la elegancia que cabe esperar de un gran maestro. Al tiempo que nos proporciona una visión desapasionada aunque no falta de afecto de la vida de Wilde, Ellmann nos introduce en el meollo de los debates estéticos que tuvieron lugar a finales del siglo diecinueve, predominantemente en el contexto del Esteticismo, del que Oscar fue parangón.

Oscar Wilde trató de redefinir y regenerar su Teoría Estética periódicamente, no dudando en ocasiones en contradecirse, una inclinación que le venía fácilmente dada si consideramos la naturaleza binaria de su personalidad. Sin embargo, al final de su vida, tal y como Richard Ellmann concluye, podemos quedarnos con un mensaje fundamental, la necesidad de ‘reemplazar una moralidad de la severidad por una moralidad de la empatía.’ Y las bases en las que se asentó esta lección predominante que se deriva de su obra y de su vida se desarrollaron ya muy tempranamente, durante su tiempo de estudio en Oxford. En incluso antes, en Trinity College, Dublín, cuando descubrió el libro Studies of the Greek Poets de John Addington Symonds, en el que este autor relaciona el esteticismo con los griegos. Lo que fundamentalmente admira a Wilde es que los griegos no basaban su moral en ninguna doctrina revelada. Esto, según Symonds, les convirtió en una nación estética o esteticista.

Esta teoría del arte, de la belleza y de la vida que Wilde empieza a calibrar la consolida en Oxford. Allí contrapone a Aristóteles con Platón, pues el primero veía a su parecer el arte desde un punto de vista estético, no ético. Tal y como declararía en su ensayo ‘The Critic as Artist,’ la catarsis, esa transmutación espiritual característica del teatro – que, incidentalmente, Bertold Brecht negaría en su ‘teatro épico’ – es en la opinión de Wilde un fenómeno estético y no moral.

Wilde encuentra su precedente inmediato en Théophile Gautier, que declaró la naturaleza amoral del arte, basándose a su vez en la declaración de Kant de que el arte es desinteresado. En ‘The Critic as Artist’ Wilde sublima la contemplación. El idea es convertirse en un hombre teórico (‘Bios Theoretikos’), el soñador.

Al final de la primera parte de la biografía, ‘Beginnings,’ Ellmann nos sugiere astutamente que la doctrina de Wilde no es propiamente ‘amoral’ sino que se inscribiría en la escuela moral de tales personalidades como Blake, Nietzsche y Freud.

La mente de Oscar Wilde ebulle con todas estas ideas y él aspira a realizar la reconciliación definitiva entre los diversos presupuestos artísticos de figuras como Pater, Ruskin, Morris, Swinbourne, Symonds o los pintores pre-Rafaelitas. Si no lo logró, fue el intelectual que más cerca estuvo de ello. En el contexto cultural del siglo XIX, Wilde siente que su propia teoría hiperestética es la primera protesta contra el materialismo que trajo la revolución francesa y que habría encontrado su manifestación más contundente en los Estados Unidos. Allí se dirige con este mensaje a principios de 1882, tomando con gran seriedad su propósito de contribuir al embellecimiento de las costumbres y las maneras americanas por medio de sus conferencias, encaminadas al esfuerzo de inaugurar una nueva civilización del arte.
Allí conoció a su ídolo Walt Whitman, el cual unos años más tarde desestimó cualquier tipo de relación con el movimiento de Wilde.

Una vez que hubo llegado a la formulación de su teoría, Oscar Wilde podría haber dedicado el resto de su vida a repetirla y ejemplificarla. En lugar de hacer esto la transforma inmediatamente introduciendo un elemento ajeno, el Decadentismo, con el que toma contacto en París a su regreso de América y a través de su adorado libro A Rebours, de Huysmans. Esteticismo y Decadencia se convierten para Wilde en dos caras de una misma moneda, y la confrontación entre ambos aparecerá maravillosamente retratada en su El retrato de Dorian Gray, novela en la que Wilde hace confesión de sus impulsos contradictorios, la dualidad inherente a su naturaleza que pronto se haría manifiesta en la doble vida que empezará a llevar tras su matrimonio con la virtuosa Constance.

Esta pugna entre Esteticismo y Decadencia se convertiría en una lucha vital para Wilde. Su hogar con Constance en el número 16 de Tite Street es ‘estético’: cuatro pisos y un sótano profusamente decorados, con las paredes y los techos pintados en colores llamativos y multitud de detalles ornamentales. Constance misma empieza a interesarse por el ‘dandismo’ en el vestido. Pero en este momento álgido Wilde empieza a revolverse para destruir al maestro estético y este mismo aspecto de su personalidad. Surgen las discusiones con el pintor James McNeill Whistler, cada vez más agrias. En El retrato de Dorian Gray, Wilde mata a un pintor. Wilde está preparado para matar al maestro y abjurar del Arte por el Arte. El comienzo de su amistad con Robert Ross en este tiempo es indicativo de esta transformación en la vida de Oscar. Si su vida matrimonial era una celebración de la Estética, el comienzo de sus relaciones con hombres homosexuales inclina la balanza a favor de la Decadencia. Pronto para él la Degeneración será la única regeneración posible.

Precisamente Oscar Wilde conoce a Lord Alfred Douglas a partir de la publicación de Dorian Gray, libro del que Douglas era entusiasta. Y este joven acabaría viéndose a sí mismo como el instrumento del destino encargado con la misión de provocar la ruina de Wilde, lo cual consigue al involucrarle en la desdichada batalla legal por difamación. En prisión sufrió horriblemente, sobre todo al principio, antes de ser transferido a Reading, donde se le permitiría ocuparse del jardín y leer, y, finalmente, escribir su De Profundis, una carta de amor a Lord Alfred Douglas llena de reproches pero en la que no es enteramente capaz de repudiarle. Wilde aprende a ser humilde, pero se resiste a reconocer ninguna culpabilidad en sus relaciones con hombres. Declara la injusticia de las leyes que le condenaron.

La única composición creativa que sería capaz de producir tras su paso pro prisión, en el exilio, fue la Ballad of Reading Gaol, de la que se venderían gran número de copias. Pero su vida está rota. Se establece en una villa francesa llamada Berneval, desde donde espera a que Constance acceda a una reconciliación, pero ella se toma demasiado tiempo para tomar su decisión y Oscar finalmente regresa con Lord Alfred Douglas. Pasan juntos un tiempo en Nápoles pero pronto se separan porque si siguen juntos se arriesgan a perder sus sustentos. Además, Alfred parece haber perdido interés una vez que Oscar ha caído. Empobrecido, rechazado e ignorado por muchos que se acercaron a él en tiempos mejores, Oscar Wilde muere entre terribles agonías, en opinión de Ellmann por las complicaciones de una sífilis contraída en su juventud. Su amigo más leal, Robert Ross, le acompañó en sus últimos momentos y se preocupó de que recibiera el Sacramento, pero Douglas no estuvo allí.

En su crítica en el New York Times del 8 de febrero de 1988, Christopher Lehmann-Haupt declara que en su opinión las descripciones de la crítica estética de Wilde en la primera parte del libro se hacen tediosas. Sin embargo a mi parecer los análisis de la teoría e ideas de Wilde en sus primeros años son brillantes y por lo tanto me he detenido en rememorar estas nociones detenidamente en esta reseña. En mi opinión estos pasajes podrían proporcionar al estudiante interesado un muy propicio punto de partida desde el que abordar un estudio completo de la compleja teoría estética de renombrado dramaturgo y autor.