Wednesday 25 December 2013

relatos que alcanzan vidas



Las historias en este último volumen publicado de Alice Munro parecen marcar un progresivo camino descendiente. La autora podría enmarcarse dentro de un realismo poético. Son relatos realistas porque describen la retazos de vidas ordinarias de gente corriente que comete deslices que serán más o menos cruciales en sus vidas, y en las que los finales, sin ser felices o infelices, se quedan suspendidos, pues la vida misma no tiene principio ni final, sino que es un río que corre manso pero imparable.

Hablo de un camino descendente porque aunque el tema de la primera historia es un pequeño desliz, un encuentro sexual furtivo en un tren en marcha, la gravedad de cuyas consecuencias corresponde calibrar al propio lector, progresivamente nos encontramos con personajes cuyos errores de cálculo frente a las trampas que les presenta la vida, pequeños fracasos cotidianos, les van hundiendo más y más profundamente en el sufrimiento y la incertidumbre.

La caracterización es uno de los mayores logros de estas historias. Los personajes son los vehículos a través de los cuales los principales temas son presentados al lector. Así, conocemos a Corrie, una rica heredera, pero no tan joven, hermosa pero coja, que se entrega a una pasión ilícita con un hombre casado. ¿Cuál de los dos sale más favorecido?

También están aquellos personajes, mujeres en su mayor parte, que sufren desvaríos cuyas consecuencias no habían calibrado lo suficientemente. Como Greta, la joven mujer casada que tiene un furtivo encuentro sexual en el tren que la lleva a Toronto, donde va a encontrarse con un hombre que la trajo a casa de una cena en la que había bebido demasiado. También, está la madre de Caro, una niña a la que parece costarle aceptar que su madre la haya sacado del confortable hogar familiar para empezar una nueva vida en una caravana a la orilla de un bosque, con un actor algo hippie al que la idea de paternidad responsable le viene algo ancha.

En su mayor parte, estos personajes son héroes de lo cotidiano, como el conmovedor policía del turno de noche de Maverley, que ofrece a la joven Leah, la hija adolescente de unos granjeros pobres y ariscos, una primera impresión de lo que pueden ser sus posibilidades en el mundo exterior, al contarle las descabelladas anécdotas que tienen lugar en las películas del cine del pueblo, que sus padres le prohíben ver.

Estos héroes anónimos muchas veces se enfrentan a momentos decisivos en los que deben tomar decisiones que transformarán sus vidas, y las de las personas en su entorno. Es el caso de Jackson Adams, el joven soldado que regresa de la guerra a su pueblo natal y a unos kilómetros de la estación decide saltar del tren en marcha en una curva lenta y empezar una nueva vida allá donde el azar le lleve. También está la valiente Dolly, que huye de su casa para evitar ser testigo de la posible infidelidad de su marido.

El tema de la supervivencia en un mundo extraño y poco favorable está acentuado en la historia de Oneida y el chico con el labio leporino, en su juventud tan alejados en el espectro social, pero cuyas vidas acaban convergiendo amarga y entrañablemente a un tiempo. El miedo y el sufrimiento que sienten, atrapados en una vida cuyos códigos no supieron a tiempo descifrar, es palpable en el caso de Dawn, un ama de casa atrapada en un opresivo matrimonio y que sueña con una vida social más gratificante, en la que no falten el arte, la sensibilidad, el gusto por lo superfluo.

Finalmente, una de las historias más hipnóticas y conmovedoras es la de Vivien Hyde, la maestra de escuela que acepta un trabajo en un sanatorio para niños tuberculosos a la orilla de un lago. ¿Encontrara allí su destino, junto al doctor Fox, que le ofrece ir a leer algunos de sus libros por las tardes, junto a una estufa eléctrica, en su pequeña casa abuhardillada?

Muy frecuentemente, al terminar de leer cada una de estas historias, que podrían considerarse mini-novelas, en un giro inesperado, sentimos que necesitamos volver al principio, para seguir las pistas que nos fueron dadas y que nos pasaron desapercibidas, para descubrir aquellos momentos en los que la explicación de todo se hacía ya palpable, pero que nuestros poco avezados sentidos ignoraron, pues la maestría de Alice Munro como narradora de historias es tal que en sus relatos la realidad fluye, como en la vida misma, imperceptiblemente preñada de significados.

Nota: Esta vez me he encontrado con una traducción recomendable realizada por Eugenia Vazquez Nacarino, a la que solamente he tenido que hacer 166 correcciones que no revestían gran gravedad.

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Friday 6 December 2013

El misterio en torno a la caída de Ana Bolena persiste


Habría querido leer Bring Up The Bodies consecutivamente a Wolf Hall, pero una serie de lecturas estivales se interpusieron. Sin embargo, mi memoria de la primera novela de la trilogía sobre Cromwell me permitió sumergirme en la lectura de la segunda sin experimentar dificultades, conocedora ya del gran elenco de personajes. Muchos críticos anglosajones han señalado que Bring Up The Bodies puede leerse de por sí, sin haberse acercado antes a Wolf Hall. Yo no estoy de acuerdo. En Bring Up The Bodies se da por supuesto que ya conocemos a los personajes de los que se habla, y la acción da comienzo in media res, durante la estancia de Enrique VIII, Cromwell y su séquito en Wolf Hall, la residencia de la familia Seymour.

Con todo, y a pesar de este espíritu de continuidad, en mi opinión Bring Up The Bodies no es sino una sombra de lo que fue la novela inaugural de la trilogía. La mayor parte de los temas de Wolf Hall meramente se repiten, y en esta segunda ocasión palideciendo ante la comparación – la representación del carácter de Cromwell, que llena al lector de admiración y un sentimiento de complicidad en Wolf Hall, se vuelve repetitiva y hueca, al tiempo que la genialidad de su figura se diluye mientras éste se deja atrapar por las intrigas de las familias descendientes de los Plantagenets, Henry Courtenay, los Montague y los Pole, que simpatizan con la fe católica y con la princesa Mary y albergan la esperanza de que el interludio reformista se disuelva con el final del matrimonio con Ana Bolena. A título personal, y sin que medie una consideración de las valoraciones históricas de la parte que Thomas Cromwell pudo haber tenido en la caída de Ana Bolena, una cuestión en torno a la que impera la especulación, desde el punto de vista del lector de la novela parece poco realista que el gran reformista Cromwell, que se hizo a sí mismo junto a Ana, decidiese prestarse a tomar parte en una conjura católica, incluso con el fin de, de esta manera, satisfacer al Enrique VIII que, insatisfecho por que La Bolena no le hubiese dado un heredero varón, se enamoriscaba de la recatada – en tantos aspectos de su carácter opuesta a Ana Bolena – Jane Seymour. Sin embargo, entre los cargos contra Cromwell que le condujeron a su ejecución – momento que será narrado en la tercera novela de la trilogía – estaba el de preparar clandestinamente una boda suya con la princesa Mary. Las interrogaciones en torno a la figura histórica de Cromwell persisten, pero en lo que respecta a la verdad poética de esta novela, la caracterización de Cromwell, de las motivaciones que pudieron haberle llevado a intrigar contra Ana Bolena, no deja de parecer bastante poco convincente.

Por otro lado, en esta segunda novela Cromwell carece de antagonistas creíbles, como en su momento lo fuera, en la primera novela – un antagonista a la altura de Cromwell – el insobornable Tomás Moro. Los cuerpos a los que se refiere el título son los de los cuatro amantes de la reina que son ejecutados: Henry Norris, William Brereton, Francis Weston y el músico Mark Smeaton. Las caracterizaciones de todos estos, exceptuando quizás la de Mark, adolecen de falta de profundidad. Se presentan los tres primeros como simples cortesanos galantes, y a nuestros ojos, cada uno de ellos podría ser intercambiable por el otro. Además, la motivación psicológica detrás de la elaboración de la venganza de Cromwell contra este grupo se refiere como su rencor por la parte que estos cortesanos, junto con George Boleyn, el hermano de la reina y también su amante, tuvieron en una representación teatral que es descrita en la primera novela de la trilogía, Wolf Hall, en la que cada uno de ellos agarraba al ya muerto cardenal Wolsey por una extremidad para conducirlo al infierno. Según el diseño de Mantel, Cromwell habría guardado los detalles de esta representación en su retina y su parte en la persecución y ejecución de los amantes de la reina, otrora enemigos de su mentor y protector Wolsey, respondería un personal ajuste de cuentas. De nuevo, corresponde al lector decidir si parece realista que la veneración de Thomas Cromwell por el cardenal llegase al extremo de sobrepasar su identificación con los aires de cambio que Ana Bolena trajo a la corte inglesa.

Como consideración final, en esta segunda novela no aparecen algunos de los elementos que dotaron de mayor profundidad a la primera, como las referencias escatológicas al posible origen mágico de los Tudor. Se mencionan algo los rumores de brujería de Ana Bolena, sobre todo por parte de un rey Enrique ansioso por encontrarle objeciones a su matrimonio con ella, pero sin que dejen de ser estos considerados como meros rumores sin fundamento o la sustancia de bromas privadas. La Ana Bolena de Bring Up The Bodies es un personaje que aparece mayormente en las conversaciones o en los pensamientos de los otros. No sabemos a ciencia cierta si le fue infiel al rey, pero esto es lo que señalan los crecientes rumores y las declaraciones de sus propias damas.

A pesar de todos estos pormenores, Bring Up The Bodies no deja de ser una novela rica, y una lectura necesaria para todo aquel que amó Wolf Hall. Importantes temas aparecen necesariamente reflejados constantemente, como la cuestión de la legitimidad de la voluntad real, aun cuando ésta sea constantemente voluble. Dice Henry hacia el principio de la novela:

“Dios no permitiría que mi placer fuese contrario a sus designios, ni que mis designios quedasen bloqueados por su voluntad.”

Nos queda, pues, aguardar una tercera parte en la que el genio del espíritu de Cromwell no se vea ensombrecido – por las incertidumbres en torno a su verdadero papel en la caída de Ana Bolena – y vuelva a brillar tan intensamente como lo hizo en la primera entrega de la trilogía.